“¿Bibi romperá a Israel?”, se preguntó en portada el influyente rotativo británico The Economist en la edición de la tercera semana de marzo. Quienes desde el extranjero tienen apego emocional o intereses comerciales en el estado judío, siguen con atención y preocupación lo que está aconteciendo en los últimos meses. La ilustración de la portada del magazín británico dibujó el rostro del primer ministro Benjamin Netanyahu, junto a una bandera nacional rota. A punto de cumplir sus 75 años de historia, Israel se encuentra en una encrucijada sin precedentes.
Al calor de la crisis interna desatada por la “reforma judicial” que emprendió el nuevo ejecutivo, están supurando paralelamente concepciones divergentes sobre la idea de país, que amenazan con quebrar la unidad de la sociedad israelí. Son conflictos latentes de largo recorrido, contenidos hasta la actualidad mediante un estatus-quo en pro del interés general. El patriotismo, la resiliencia y el poderío militar garantizaron la solución de diversas crisis, así como sucesivas victorias militares de Israel sobre sus enemigos. Sin embargo, hay quienes llevan tiempo advirtiendo que un conflicto civil entre grupos sociales supondría un punto de no retorno.
En vista panorámica, Israel se encuentra en una posición privilegiada. Su economía cerró 2022 con cifras exitosas: un crecimiento del PIB del 6,3% y un desempleo récord del 3,3%, las invenciones de la “Start-Up Nation” siguieron generando riqueza e interés internacional, el poder militar continúa siendo el más determinante de Oriente Medio y los “Acuerdos de Abraham” firmados con países árabes y musulmanes abrieron nuevas ventanas de desarrollo futuro. Gran parte de estos logros fueron cosechados bajo las cadencias previas de Netanyahu, quien situó la seguridad y la economía como pilares fundamentales de su legado político.
Tras ganar las elecciones de noviembre de 2022, “Bibi” concedió extensos poderes a sus aliados de extrema derecha y ultraortodoxos, a cambio de asegurarse su lealtad parlamentaria. La promesa central de la nueva coalición de gobierno era la reforma drástica de la judicatura, que según la derecha se convirtió en una élite cerrada que goza de excesivo poder para neutralizar las decisiones del poder ejecutivo, elegido legítimamente en elecciones democráticas.
No obstante, su inalterable voluntad de tirar adelante el plan, desoyendo las advertencias sobre las consecuencias negativas que podría acarrear, podría complicar la capacidad de Israel de afrontar sus complejos retos geopolíticos y existenciales en los próximos tiempos. Así lo advirtió Yoav Gallant, ministro de defensa y peso pesado del Likud, que fue destituido tras alertar que las fisuras sociales están penetrando en el ejército, un fenómeno que siguen atentamente los enemigos del estado judío. El cese de Gallant desató una movilización espontánea masiva, que forzó a Netanyahu a posponer para los siguientes meses la “reforma judicial” para evitar un conflicto civil. El deterioro de la situación de seguridad y la presión popular forzaron al primer ministro a restituir a Gallant en el cargo.
Uno de los fenómenos más preocupantes es el llamamiento a la insumisión por parte de centenares de reservistas de las fuerzas armadas, que expresaron su rechazo a formar parte del “ejército de una dictadura”. Entre los militares que amenazan con la insumisión, causó indignación que Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, los catalogara de “anarquistas”, cuando algunos de ellos han dedicado buena parte de su vida adulta a la protección de la nación.
Desde los sectores liberales de Israel, la reforma judicial es concebida como un cambio radical del sistema, ya que los dictámenes del Tribunal Supremo podrán ser ignorados mediante mayorías parlamentarias. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el gobierno pretende controlar la selección de jueces.
Para los detractores de la reforma, la ausencia de controles efectivos dará vía libre a los sectores religiosos para convertir Israel en un estado basado en la halajá (ley judía), así como una expansión masiva de los asentamientos judíos en Cisjordania, considerados ilegales por la comunidad internacional. Además, alegan que “Bibi” se blindará en el poder a expensas de lo que dictamine la justicia respecto a las tres causas penales que afronta.
En este sentido, cabe destacar la creciente preocupación mostrada por los aliados occidentales de Israel, con EE.UU. a la cabeza. Es destacable también el desencuentro con el jefe de la diplomacia exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, cuyas reiteradas peticiones para visitar Israel y los Territorios Palestinos fueron rechazadas por el Ministerio de Exteriores israelí, que justificó el veto alegando postulados antiisraelíes emitidos por Borrell.
Ante este panorama, queda claro que en un mundo donde reina la polarización, es imprescindible fomentar espacios de diálogo y promover un lenguaje más cordial, que no suponga necesariamente aceptar los argumentos de los rivales ideológicos. Guy Lerer, del popular programa televisivo “Hatzinor”, demostró que es posible. Emitió en directo una charla del parlamentario Tzvi Sucot (Sionismo Religioso) junto a Ofer Firt, uno de los organizadores de las marchas antigubernamentales. No hubo acuerdos ni renuncias, pero sí un debate amable, un abrazo final y una coincidencia en un eslogan: “no tenemos otro pueblo”; por lo que quienes protestan a favor y en contra del ejecutivo enarbolan una misma bandera, la blanquiazul con la estrella.
Solo queda esperar y no olvidar que “ser realista en Israel es creer en los milagros”, como dijo David Ben Gurion.
Ofer Laszewicki Rubin es analista en Ardup Corporate Managent. © 2023 ARDUP Corporate Management (ACM) – Todos los derechos reservados.